lunes, 17 de julio de 2023

Historias de Betty la romántica. Capítulo IV

Capítulo IV

Hola amigos.

Hoy quería hacer un homenaje a todos los románticos que contribuyeron a mejorar el mundo, y nunca fue reconocido su trabajo, sobre todo porque les robaron sus méritos o plagiaron sus ideas. Románticos altruistas que lucharon por causas pérdidas, porque otros las hicieron fracasar, para posteriormente reavivarlas y decir que eran ellos los que habían conseguido ese beneficio. Así el mundo poco a poco ha ido enterrando a los idealistas, románticos, genios, buena gente y personas visionarias, sustituyéndolos por narcisistas, psicópatas y demás faunas, que solo se quieren así mismo y a su ego. Pero hacen creer a la humanidad lo contrario y lo peor de todo, que son justamente esos los ejemplos y líderes a seguir. El mundo anda cojo de amor, de ilusión, de esperanza, de solidaridad, de romanticismo. Y le sobra odio, corrupción, ansia de poder, individualismo y egocentrismo, algo que proporciona el señor don dinero y todos sus esbirros. Por ello, brindemos por esos románticos, como son: las personas que te sonríen aunque estén rotas por dentro, el abuelo que abraza al nieto, la madre que ama en silencio, el que te tiende la mano pese a necesitar la tuya primero, los que aman sin esperar recompensas, los que trabajan incansablemente en la sombra, los que nunca conocerá nadie pero gracias a ellos el mundo aún sigue, el insignificante, el rarito, el soñador, y tantos, y tantos que luchan por amor, por un mundo mejor. Chin chin por todos ellos. Aquí os dejo mi IV romance, dedicado a mi bisabuela la romántica.

 

IV ROMANCE

LA BISABUELA

Se mecía despacio, muy despacio

en esa mecedora de la vida,

unas veces miraba a lo lejos

otras se escondía.

Tras el vidrio grueso

de la oscura ventana,

habitaba el pequeño pueblo

de calles en pendiente y farolas desgastadas.

Su cuerpo era flácido, muy blanco, casi de armiño,

y recogía su cabello en un moñito, con cuatro pelos.

Era vieja su mirada, cansada su esperanza,

una tristeza sumisa acompañaba sus pasos

a través de aquella antigua casa.

Era demasiado su peso, para sus pocas ansias,

y despacio muy despacio

se mecía en la mecedora de la vida.

Así un soplo de viento

se llevaría la triste sonrisa,

hacia aquel encuentro eterno

en donde: se mecía feliz, muy feliz

en esa mecedora de la verdadera vida.

 

T. Lluch